CABO
Cuando Cabo nació mucha gente sufrió.
Sufrió su madre, el gran tamaño de la cabeza de Cabo le produjo desgarros y
fisuras muy dolorosas de las que tardo mucho tiempo en recuperarse.
Sufrió el médico que asistió a Matilde en el parto, cuando Cabo se le cayó
al suelo por el peso inesperado de su cabeza. Hay que decir, que el Doctor
Mateo estaba muy acostumbrado a ayudar a nacer bebes, pero era el primero que
tenía una cabeza tan grande.
Evidentemente sufrió Cabo, el golpe que su cabeza sufrió contra el suelo,
rebotó por toda su amplitud y lo hizo llorar con todas sus fuerzas. No, ¡no
hizo falta palmadita en el trasero!
Su infancia no fue fácil, el enorme peso de su cabeza hacia que casi nadie
lo levantara en volandas, todo el mundo se sentaba con él en las rodillas y su
mundo era muy limitado. Empezó a caminar muy tarde porque el peso de su cabeza
le hacía caer de morros cada vez que intentaba levantarse. No caminó hasta que
cumplió cinco años y tuvo fuerzas para sostener su propia cabeza y aun así
muchas veces perdía el equilibrio y volvía a caer.
Las conversaciones con su madre siempre quedaban zanjadas con la misma
frase: Cabo, con esa cabeza tan grande harás grandes cosas, espera y verás. Y
eso hacía Cabo, esperaba y miraba, se sentaba a esperar bajo el árbol del patio
de su casa desde el que se veía el camino hacia la ciudad.
Un día, un cineasta austríaco que estaba de paso se detuvo a descansar
junto a él. Alexander, que así se llamaba, le dijo que iba a la ciudad a
embarcarse hacia Groenlandia en un barco científico que iba a estudiar y filmar
el ecosistema bajo los casquetes de hielo.
-tú con esa cabeza que tienes debes ser muy inteligente, ¿por qué no te
vienes conmigo y nos ayudas?
-no puedo, tengo que sentarme y esperar, yo haré grandes cosas con esta
cabeza.
-de acuerdo, como quieras, me voy ya, harás grandes cosas, espera y verás.
Y esperó y esperó y la vida se le pasó esperando…
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Besos y salud